Si bien la edad de comienzo de la diabetes suele ser entre los 10 y 11 años, actualmente se detecta un pico de incidencia en niños de 4 años. Claves para asegurar buenos resultados
Por la Lic. María Fernanda Cristoforetti, Editora de Lugones Editorial
La diabetes tipo 1 se engloba dentro de las enfermedades autoinmunes, es decir, un grupo de patologías que comparte una forma de producirse: los pacientes nacen con una predisposición genética que favorece que, ante la presencia de determinados factores externos medioambientales, se desencadene una respuesta inmunológica exagerada y equivocada que daña el organismo.
“En el caso de la diabetes tipo 1, se conocen varios genes involucrados y se postulan varios agentes del medio ambiente: virus, alimentos o tóxicos. El órgano dañado por el sistema inmune es el páncreas, especialmente las células beta de sus islotes que son las encargadas de producir la insulina, necesaria para que la glucosa ingerida con los alimentos ingrese a las células y se transforme en energía para el organismo”, explica la Dra. Gabriela Krochik, médica pediatra, Jefa de Clínica del Servicio de Nutrición del Hospital de Pediatría Garrahan.
Si esto ocurre, la glucosa no se utiliza y se acumula en la sangre con lo cual aumenta a valores conocidos como “hiperglucemia”. “Lamentablemente hasta el momento aún no ha sido posible aclarar totalmente el mecanismo exacto por el cual se produce y, por ende, no es posible prevenirla”.
Existe una predisposición genética que favorece que, ante la presencia de determinados factores externos medioambientales, se desencadene una respuesta inmunológica exagerada y equivocada que daña el organismo
– ¿A qué edad se diagnostica diabetes en un niño?
– Generalmente coincide con el inicio de la pubertad, entre los 10 y los 11 años. Sin embargo, en los últimos años se observa una tendencia mundial a que se adelante a edades muy tempranas, por lo que se detecta un pico de incidencia en niños menores de 4 años.
– ¿Cómo se manifiesta?
– Los síntomas varían según el momento en que los padres y el pediatra los detectan. En algunos casos, la diabetes se diagnostica por hallazgo, ante la presencia de una glucemia alterada en un control de rutina.
No obstante, lo más frecuente es que los padres observen que los niños comienzan a tener más sed de lo habitual y deban despertarse por la noche para beber. A esto se suma una mayor frecuencia y cantidad de diuresis, lo que a veces provoca que pequeños en etapas de aprendizaje de control esfínteres, que habían logrado dejar los pañales, vuelvan a orinarse en la cama.
Estos síntomas se producen cuando el riñón, al intentar disminuir la cantidad de glucosa en sangre, comienza a eliminarla por la orina aumentando con ella el volumen eliminado de agua, lo que provoca incremento de diuresis y sed.
Si estos síntomas pasan desapercibidos, comienzan otros más serios, como el adelgazamiento rápido, la deshidratación y un franco decaimiento. Esta etapa es crítica para realizar la consulta y el diagnóstico oportuno porque de no hacerlo le sucede la descompensación diabética, con un cuadro de intolerancia digestiva, vómitos, dolor abdominal severo y alteración del sensorio que pueden poner en riesgo la vida del paciente.
El monitoreo continuo de glucosa elimina la necesidad de realizar frecuentes pinchazos en el dedo a lo largo del día
– ¿Qué medidas se requieren para mejorar su calidad de vida?
– En primer lugar, hay que destacar que el diagnóstico abarca de algún modo a toda la familia porque es ella quien deberá ajustar o cambiar su estilo de vida.
El tratamiento diario requiere una intensa educación diabetológica de todo el grupo, que incluye conocimientos teóricos acerca de diferentes tipos y acciones de insulina, objetivos de glucemia en diferentes momentos del día, significado y acciones necesarias ante diferentes valores de las mismas y decisiones diarias de ajuste de las dosis.
Desde el punto de vista práctico, el niño (cuando su edad lo permita) deberá aprender a aplicar insulina, realizar monitoreos de glucemia, y distinguir y cuantificar los hidratos de carbono de la dieta. Y, por último, pero no por eso menos importante, deberá ordenar horarios, realizar una alimentación saludable y favorecer espacios y tiempos para practicar actividad física.
Todo lo anterior implica un alto grado de empoderamiento del paciente y su familia para llevar a cabo el tratamiento, además de un contacto cercano y fluido del paciente, la familia y el equipo terapéutico para sostener este esfuerzo en el tiempo y lograr los resultados buscados.
El niño deberá aprender a aplicar insulina, realizar monitoreos de glucemia, ordenar horarios, realizar una alimentación saludable y practicar actividad física
– ¿Qué debe saber el niño acerca de la insulina?
– Los pacientes aprenden a distinguir entre varios tipos de insulina, la hormona que su páncreas dejó de fabricar y que ellos deben administrar diariamente para utilizar la glucosa que proviene de los alimentos y evitar así su aumento en la sangre.
Generalmente utilizan dos tipos de insulina: una de acción lenta, que aplican una o dos veces al día para manejar la glucosa cuando están en ayunas, y otra de acción rápida, que aplican cuatro o más veces por día, y que los ayuda a manejar la glucosa de los alimentos.
Asimismo, deben conocer los tiempos de acción de cada una, calcular las dosis adecuadas en base a lo que ingieren y ser precisos en la aplicación de las mismas.
Los niños deben conocer los tiempos de acción de cada insulina, calcular las dosis adecuadas en base a lo que ingieren y ser precisos en la aplicación de las mismas
– ¿Cómo ayuda la familia?
– Como mencioné anteriormente, el rol de la familia es central y de su participación activa depende alcanzar los objetivos terapéuticos que aseguren al niño una calidad de vida presente y futura adecuada. Luego de atravesar diferentes etapas, de a poco adquirirá mayor independencia y la familia deberá acompañar este proceso.
En los más pequeños, la totalidad del tratamiento está en manos de sus padres y cuidadores, quienes deben aplicar la insulina, realizar los monitoreos de glucemia, calcular los hidratos de carbono ingeridos y tomar todas las decisiones.
La etapa escolar requiere nuevos ajustes y la ampliación de la participación en el tratamiento de otras personas importantes en la vida del chico, como los maestros, profesores y pares.
A pesar de que todos los niños alcanzan en la adolescencia la capacidad de realizar las tareas que antes desarrollaban sus padres, el sostén y la presencia activa de ellos en esta etapa aún son cruciales para que los adolescentes no se expongan a situaciones de riesgo o no desmejore el control metabólico alcanzado en etapas anteriores.
La etapa escolar requiere nuevos ajustes y la ampliación de la participación en el tratamiento de otras personas importantes en la vida del chico, como los maestros, profesores y pares
– ¿Cuál es el mensaje para sus pacientes?
– Luego de trabajar tantos años con niños con diabetes, ellos me enseñaron que pueden disfrutar de la vida sin renunciar a nada por la enfermedad. Esto les demanda ser más tempranamente responsables y ordenados, y para eso es importante que cuenten con el “equipo” de adultos que los acompañe y acompañará siempre: sus padres, su familia, sus médicos, sus enfermeras y sus nutricionistas. Deben tener en cuenta que no hay nada de la vida cotidiana que un niño con diabetes no pueda hacer y el esfuerzo bien vale la pena.
Creo que el secreto de mis pacientes que lo logran, es pensar cada día en los objetivos y metas personales que tienen en la vida y en mantenerse saludables para los avances que la medicina tiene para ofrecerles.
Los niños con diabetes pueden disfrutar de la vida sin renunciar a nada